Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

martes, 22 de agosto de 2017

Pensamientos de un niño.

Os voy a contar una cosa que me pasó un día en el cole. Sí, voy al cole y tengo 7 años. Era un día normal, soleado, sin mucho calor... se escuchaban a los pajaritos cantar, cuando salíamos al patio, como un día cualquiera, como siempre, en esta asignatura a la que decimos gisnasia, gimnasia... aunque sabemos que es educación física, ed.fisica, física no. El nombre es mu largo, así que gisnasia. La profesora, de gisnasia, nos caía a todos muy bien. En su asignatura hacíamos juegos, policías y ladrones era mi favorito, aunque los demás también, y en general, me gustan mucho los juegos de correr y sin balones, como este de policías y ladrones. Algunos de aquellos días, que salíamos al patio a jugar en gisnasia, educación física, mi abuelo, el del pan, pasaba por la calle que está al lado de mi cole. Se escuchaban el típico claxon de los coches que como el suyo, ayudaban a repartir el pan. Algunos de aquellos días en los que salíamos al patio y se escuchaba el claxon de mi abuelo, él se paraba y yo me asomaba a verlo, en un agujero que había entre los pinos que hay alrededor de todo el cole.

Un día de aquellos días que se escuchaba el claxon de mi abuelo, mientras la maestra nos explicaba el siguiente juego, mi cabeza se fue a otro lado, al sonido del claxon, desconectó de aquella clase y se fue a otro lugar. Cuando vuelve mi cabeza, la maestra estaba explicando que los niños que no atendían nunca iban a saber pensar. No lo dijo como regañando porque algún niño, no sé cuál, estaba un poco distraído, lo dijo normal, como explicando un juego, con su voz dulce y tranquila. El escalofrío me recorrió la columna vertebral al escuchar aquellas palabras. Yo no estaba atendiendo, me había perdido la explicación, por lo tanto nunca iba a poder pensar, nunca iba a saber pensar y nunca pensaría. Cuando lea esto, después de estudiar un poco de filosofía en el instituto, dentro de 10 años, me reiré pensando lo que hubiera pasado con mi existencia al no pensar, teniendo en mente, en el pensamiento, la frase célebre del filósofo aquel, que todos conocen y que dice eso de Pienso, luego existo. Pero esa es otra historia, a la que ya llegaré.

La voz silenciosa de mi cabeza, esa que no suena pero se oye, me dijo que estaba condenado a no saber pensar, porque en ese momento estaba distraído, porque me había perdido el secreto y la clave para poder pensar, como todos los demás. Esta idea me atormentaba por dentro. Yo quería pensar. Y ya antes de eso tenía muchas ganas de saber pensar, porque la gente hablaba de pensar, de pensamientos y me daban envidia.

Llegaba la noche y era mi momento favorito para poder conversar con la voz silenciosa de mi cabeza. Esa que cuando dice algo, la última vocal se alarga hasta el infinito. El silencio no existe para esta voz, ya que cuando termina de decir algo, la vocal sigue(eeeee...). Me llamaba la atención esto, incluso me hacía gracia. Cuando parará la vocal... me preguntaba. 

No quería una voz silenciosa en mi cabeza, yo quería pensar, como los demás, comos los mayores. Yo quería que alguien me enseñara a pensar, para poder decidir, para poder soñar... Nadie nunca me dijo, nadie me enseñó que aquella voz silenciosa, aquella que no suena pero se oye, que solo yo escuchaba, que en ocasiones era yo, era mi propia voz, con la que podía hablar en silencio, incluso imitar a los personajes de los dibujos animados, recordar sonidos, imágenes... nadie me dijo que aquello era pensar, yo quería algo más...

No os podéis imaginar lo mal que lo pasé pensando, sin saber que estaba pensando, que nunca jamás aprendería a pensar. En el futuro, cuando tenga 18 años, escribiré esta experiencia intentando pensar como lo hago ahora, como un niño.





domingo, 6 de agosto de 2017

La estación de metro.

Habíamos terminado de jugar aquel partido de fútbol. Veía pasar a compañeros y rivales, todos queriendo salir de aquel lugar. Yo iba solo, no tenía ganas de hablar con nadie. Llevaba puesta mi camiseta rosa de la Batalla de Porteros en la que participé en el año 2015. No sabía cómo había llegado allí. El lugar parecía ser un enorme centro comercial. Al salir del pabellón de deporte, me metí en una extraña tienda. Tampoco sabía en qué momento me había quitado la camiseta rosa, que llevaba en la mano, para ponerme una verde.

Confundido, empiezo a observar aquella tienda. En un lado tenían figurillas dentro de los cristales cerrados con llave. "¿Le gustarán a Endara?" pensé viendo los collares y las pulseras, para regalarle alguna, pero parecían sacadas de otro tiempo, parecían todas iguales, no me gustaron mucho. Figuras más grandes que las demás se encontraban en la esquina, eran santos y vigilaban el exterior.
En el otro lado había consultorios, grandes mesas blancas y personas vestidas con ropa blanca, o azul cielo muy claro, que hablaban y daban consejos a otras personas que iban a preguntar. En una de esas mesas había muchas almohadas, quería llevarme una porque no duermo bien por las noches, pero esa tienda no me daba buenas sensaciones. Al salir estaba Endara esperándome mientras se despedía de una amiga. Salimos de aquel edificio, centro comercial o lo que fuera aquello y me da mucha alegría ver el cielo lleno de nubes negras. "No me sorprende", pensaba Endara.

A pesar de las nubes negras y la falta de luz, los niños aún jugaban en la calle. Por un momento dejo a Endara que no solo llevara la carga de su mochila, sino también la mía, pero finalmente cojo yo las dos mochilas, que por cierto, pesaban muchísimo. Ya estábamos cerca de la nueva estación de metro que estaban haciendo en el pueblo. A nuestro lado iba caminando una extraña mujer, conduciendo un carrito de bebe y en silencio, mientras Endara, al ser de otro pueblo, se reía de mi porque no se creía lo del metro. "¿quién necesita un metro en el pueblo?". La mujer que iba a nuestro lado incluso se reía también de nuestra conversación.

Llegamos al fin, para asombro de Endara y de la extraña acompañante. Aquella entrada del metro era como la entrada a un parking subterráneo, una rampa para abajo y una gran verja, una gran creación del herrero. Una gran puerta que parecía de otro tiempo. Toda esta zona de la rampa y la puerta estaba inundada. El agua estancada, parecía ser también de otro tiempo. Estaba sucia y cubría toda la entrada y la gran puerta de rejas. A pesar de todo eso, el espíritu aventurero y la valentía de Endara hizo que esta se tirara al agua y traspasara la puerta. A mi me invadió el miedo, la veía a ella al otro lado de la puerta y detrás suya la oscuridad infinita. Casi llorando, le gritaba que saliera de allí, se lo pedía. Ella desde debajo del agua parecía reírse de mi, "vente" decía sonriendo. Yo seguía intentando hacer que saliera de allí, incluso le pido a la extraña mujer que veía la escena a mi lado, que le diga a Endara que saliera de allí, pero ignorando mi mensaje, sigue observando la escena con una media sonrisa.

A causa del caso que me hacen, me enfado, me voy de allí a paso ligero y con una rabia más que visible. Endara se da cuenta y sale de allí rápidamente, mientras yo me dirijo a la segunda entrada a la estación, ésta que no está inundada. Yo estaba observando la puerta, otra de rejas muy grande, cuando llega Endara sacudiéndose para quitarse los bichos que se le habían pegado en el agua. "No te tenías que haber metido en el agua, mira, por aquí también se puede entrar, aunque parece que ahora está cerrado". Me acerco a la puerta que hay en el lado derecho de la grande, ésta igual de alta pero más estrecha, se supone que es para las personas. Efectivamente, estaba cerrada. Pero en ese momento, la puerta grande se abre.

Le digo que no con la cabeza, mientras ella se acerca a la puerta. "No pasa nada" dice. Entro yo primero, ella detrás. La estación estaba abandonada, muy sucia, de otro tiempo, como un viejo proyecto fracasado, abandonado, olvidado. No había nadie, nada, un silencio sepulcral y una oscuridad sólida. Aquello estaba muy lejos de parecer una estación de metro, al menos una normal. En las vías había algo, ¿un tren?, y al igual que el resto de cosas, aquello estaba muy lejos de parecerse a un metro. La oscuridad de más adelante impedía ver la supuesta máquina, tan solo se veía la parte de abajo de un vagón. Nada de puertas, ni de asientos, tan solo las ruedas que tocaban las vías y una plataforma metálica donde poder sentarse. En lo que parecía una pizarra, que se veía a pesar de la escasa luz, ponía "Montaos". Ya era demasiado tarde para volver atrás. Montados, en la misma pizarra ya ponía otra cosa. "¿Estáis listos?". En ese momento la máquina arranca, se pone en marcha y coge mucha velocidad en apenas unos segundos mientras nos adentramos en la oscuridad. Los huesos se me congelan, el viaje hacía el mundo de las sombras, de la oscuridad, de otro tiempo quizá, acababa de comenzar.