Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

viernes, 9 de diciembre de 2016

La sombra del viento.



De chico nunca me veía luchando contra el elemento que movía a los árboles con tanta violencia, que hacía templar los cimientos de las casas. que rugía como otro animal más de la naturaleza. Siempre pensé que el viento era mi amigo, el viento del este me ha traído cosas buenas, el viento del oeste nunca se portó mal conmigo, los vientos del sur y del norte nunca los llegué a conocer.


Mis amigos me advirtieron desde el principio, no se puede luchar contra el viento, contra algo que no se ve siempre tienes las de perder. Es que a mi me enseñaron de chico a luchar por lo que quiero, por lo que creo. Nadie me iba a regalar nada, no iba a conseguir siempre lo que quiero, pero si podía pelearlo. Y allí estaba yo, luchando contra el viento implacable, el viento invisible, el viento insoportable, a veces cálido, a veces frío, fuego o hielo y yo aguantando recordaba y añoraba los momentos de libertad. Luchaba contra el viento por mi libertad, era algo en lo que creía y tenía que luchar por ello, aunque mi rival sea el viento invisible.

Recordaba las tardes de verano mirando al horizonte lejano, el cielo azul, las montañas azules y los árboles verdes, los campos amarillos, los pájaros cantando y los bichos molestando. Añoraba respirar el aire puro de la naturaleza y la amistad con el viento. Añoraba la libertad de ese tiempo, y quería volver a recuperarlo, aunque no fuera fácil.

Lo que era una batalla contra el viento se convirtió en una guerra de elementos. El fuego del verano, el hielo del invierno, el agua de otoño y primavera... Una guerra de desgaste
, en la que sólo podía quedar uno, pero en esta guerra sólo había una persona, y las personas son débiles ante la naturaleza.
En momentos de debilidad me planteaba la posibilidad de darme la vuelta, tener al viento a favor y quizás así poder volar, ser amigo del viento, que me lleve a donde quiera, a algún lugar lejano. Volar lejos y alto, con la rapidez que caracteriza al viento. Pero tenía que seguir luchando por mi libertad, por las tardes de invierno de noche observando las farolas encendidas de un pueblo durmiente, observando el cielo lleno de cosas que se mueven, lleno de vida celestial, lleno de luz y eternidad inalcanzable para la mente humana, pero que yo soñaba con ella.

Yo no quería rendirme, esperaba que algún día el viento se calmara y me dejara al fin respirar. Sin embargo me di cuenta de que esta guerra, esta batalla era imposible cuando de la sombra del viento se empezó a distinguir una cara sonriente, como burlándose de mi, Me acordé de los amigos que me dijeron que no me metiera en esta guerra, me acordé de las sombras que nos proyectaba el sol que teníamos a la espalda, me acordé de las montañas azules, del horizonte lejano, de los árboles verdes y del viento amigable que traía el olor de las flores de la primavera. Me acordé de todas las tardes de libertad y de respirar de verdad, aquellas tardes que el frío, el calor, el viento o la lluvia quedaban en un segundo plano, no eran importantes. Me acordé del tiempo que le había entregado a esta guerra, me acordé de la promesa que me hice a mi mismo de no fallarme, me dolía no poder volver a sentir esa libertad. El viento había ganado la guerra, me dejé caer y pasé a ser parte del suelo inerte y sin vida de aquel lugar.

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